Fasnia patrimonio vivo
Acantilados y roques salpicados por las olas, barrancos donde se refugia la vida más sensible, jóvenes volcanes tapizados de picón...

Fasnia patrimonio vivo (II)
Acantilados y roques salpicados por las olas, barrancos donde se refugia la vida más sensible, jóvenes volcanes tapizados de picón...

Ayuntamiento de Fasnia
La sede de la corporación municipal en el casco urbano
Fasnia, Casco Urbano
Imágenes del Casco Urbano del Pueblo de Fasnia. 

Fasnia y la costa, Los Roques de Fasnia
Imágenes de la costa de Fasnia y sus núcleos de población costera

Fasnia y la costa, sus playas
Imágenes de la costa de Fasnia y sus playas

Fasnia y la costa, Las Eras
Imágenes de la costa de Fasnia

Altos de Fasnia, La Zarza
Imágenes de las zonas altas del Municipio de Fasnia donde se situa el Barrio de La Zarza

Fasnia, otras zonas de población
La Sabina Alta, La Sombrea y Cruz del Roque, imágenes de los altos del municipio de Fasnia y sus otras zonas de población

Fasnia y la cumbre, Archifira
Área Recreativa "Chifira" Cumbre de Fasnia

Fasnia y la cumbre, Los Cazadores
Área Recreativa "Los Cazadores" Cumbre de Fasnia

Fasnia y la cumbre, Fuente Nueva
Área Recreativa "Fuente Nueva" Sabina Alta

Fasnia 
Panorámica del Municipio

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PREGÓN FIESTAS DE SAN JOAQUÍN 2015

Fasnia: su patrimonio humano

Señoras y señores concejales, amigas y amigos, querida familia. Mis palabras de hoy quisiera dedicarlas a todas las fasnieras y a todos los fasnieros que con su esfuerzo, trabajo e ilusión han hecho posible esta Fasnia del siglo XXI.  Por ese motivo he decidido titular esta modesta disertación Fasnia: su patrimonio humano. Hoy deseo, sencillamente, compartir con ustedes una reflexión en voz alta sobre lo que yo creo que es lo más importante en nuestras vidas: las personas.

Me gustaría empezar con las bellas palabras que dedica al Sur el poeta y Premio Canarias de Literatura Arturo Maccanti. En su magnífico texto “Memoria del hondo Sur” expresa de manera poética sus emociones antes el paisaje sureño. Dice el poeta: “Tomar un día la carretera vieja del Sur y perderse en aquel aire quieto, recobrar un pulso vivo y familiar, real y humanísimo, donde escasea el esplendor de una tierra que no es metáfora ni prestidigitación, sino que se presenta con el limpio, modesto y austero ropaje de su aridez. Porque las tierras del Sur no son de superficie, sino de hondura […] Quien viva en la urgencia que no venga a estas tierras. El Sur es para quedase con los ojos abiertos y la respiración contenida. Es para quedarse  y poner un hombro desnudo. Es para entregarse a cambio de nada y de todo, enriqueciendo la vital experiencia. Cada día me digo que si de alguna parte soy, de aquí soy […]. El Sur. Pasión del Sur…”. En fin, yo no creo que haya una prosa poética más extraordinaria que haya descrito las tierras del Sur porque el poeta sabe que “solo el corazón tiene razones para buscar el Sur”.

Además, en las conversaciones que mantuve con Arturo Maccanti vi que él mostraba su admiración, no solo por el paisaje de esta tierra, sino también por las personas que en ella habitan. Decía con frecuencia que la gente del Sur es especial, auténtica y que el paisaje había moldeado y marcado su identidad. No se equivocaba este ilustre escritor, las fasnieras y los fasnieros a lo largo de toda su historia han tenido que acomodarse a la naturaleza y al paisaje sureño, esto les ha permitido vivir en auténtica simbiosis con este. Sin duda, el conocimiento exhaustivo de las condiciones climatológicas, la orografía del terreno, el tipo de suelo, y los cultivos adecuados para cada zona, entre otros factores, ha posibilitado sacar lo mejor de la  tierra, conjugando a lo largo de su historia, la tradición con la innovación.

 Por tanto, toda la historia de Fasnia ha sido posible gracias a su más importante patrimonio: las fasnieras y los fasnieros. A ese binomio formado por patrimonio y personas, hay que unirle el de tradición e innovación como condición necesaria que ha hecho posible que nuestro municipio haya avanzado y crecido. Cuando hablo de tradición, no lo hago desde un punto de vista romántico, es decir, como nostalgia de un pasado, porque no se trata de querer volver a tiempos pretéritos, ni de revivir acontecimientos de antaño. Al contrario, al hablar de tradición, retomo su significado etimológico más puro, es decir, el de pasar a manos de otros todos los bienes culturales que nos han sido legados. Sin duda, esto supone un compromiso de todos nosotros por conocer lo que hicieron todas las generaciones anteriores. Personas que han hecho posible a lo largo de la historia que Fasnia hoy sea la que es, que posea un patrimonio cultural que, aunque es innegable que tiene identidad propia, también comparte características con los municipios vecinos y con el resto del territorio canario.  Identidad que empezó a forjarse desde los primeros pobladores que transitaron y habitaron en nuestra geografía como reflejan las múltiples manifestaciones que nos han dejado: leyendas, poesía tradicional, monolitos, topónimos de origen guanche, etc., son huellas de nuestro pasado, que han contribuido en la configuración de nuestra historia.

No es mi intención hablar de todas y de cada una de las tradiciones de este pueblo, que por otro lado sería una cuestión imposible de abordar en esta pequeña exposición, y que además, necesitaría de voces más autorizadas que la mía para ello; únicamente pretendo contarles algunos de mis recuerdos vinculándolos con las personas y con lo que ellas suponen para la conservación y difusión de nuestro patrimonio cultural.

Sabemos que los bienes patrimoniales son aquellos que tienen valor histórico, artístico, arqueológico, cultural, botánico, antropológico, etc.; sin embargo, también otorgamos valores a otros bienes culturales porque son importantes para las personas, porque los sentimos como parte de nuestra identidad. En Fasnia, además de bienes patrimoniales como los yacimientos arqueológicos, la Iglesia Vieja, las diferentes ermitas con las que cuenta el municipio o su patrimonio natural, también existen numerosos testimonios de patrimonio inmaterial que debemos a nuestros predecesores. Ese patrimonio inmaterial es el que se refiere a tradiciones o expresiones vivas heredadas, tales como relatos, tradiciones orales, rituales, fiestas, conocimientos concernientes a la naturaleza y el universo, artesanía tradicional, etc. Este patrimonio es importante por el cúmulo de conocimientos y de diferentes técnicas que se transmiten de generación en generación y, en este mundo donde hoy impera la globalización, es de vital importancia que lo conservemos cuidadosamente como parte de nuestras señas de identidad y de diversidad cultural.

En este sentido, encontramos múltiples y variadas manifestaciones. Por ejemplo, en el terreno de la literatura tradicional, el gran filólogo Diego Catalán en su magnífico libro La flor de la marañuela. Romancero General de las Islas Canarias de 1969, recogió en nuestro pueblo algunas versiones de romances como los del “Delgadina”, “La hermana cautiva”. La riqueza de nuestras tradiciones es tal que en Fasnia se recogieron tres versiones del romance “La doncella guerrera”. Los primeros versos del romance del “Conde Niño” dicen así:

- Levántate, hija mía, /si te quieres levantar,/ que los ángeles del cielo/están cantando en el mar,/-No son ángeles del cielo,/ ni es la sirena del mar,/ que es el condesito Niño/ que con él me he de casar/- Si te has de casar con él,/ lo ha de mandar a matar./-Si a él lo manda a matar/a mí me manda degollar;/a él lo entierra en la puerta de la iglesia, a mí en el pie del altar […].

Por otro lado, si hablamos de medicina popular canaria, observamos diferentes manifestaciones que forman parte del patrimonio de Fasnia. Las raíces de esta medicina podemos buscarlas, según el ilustre investigador palmero José Pérez Vidal, desde la época de la conquista de las islas a finales del siglo XV y su inmediata colonización,  período en el que llegaron de la Península curanderos, adivinadores y santiguadores y con ellos los rezados.  Podemos estar orgullosos de una gran tradición de santiguadoras que con sus rezados han intentado aliviar las dolencias de sus más fieles creyentes, patrimonio que suele conservarse dentro de una misma familia y pasar de padres a hijos. Por ejemplo, el mal de ojo, el empacho, el susto, la insolación,… son algunos de los males a los que el santiguador o la santiguadora rezan. En casa de mis propios padres encontré un viejo papel que decía así:

“Rosa hermosa, ¿qué haces aquí?/El Sol y el aire me tienen aquí./No te corto con cuchillo ni te corto con puñal…”, estos son justamente los primeros versos del rezado con el que se corta erisipela, esa inflamación microbiana en la que la piel se pone roja y suele cursar fiebre.

También en el terreno de la medicina popular, son numerosos los remedios naturales que nos aplicaban nuestras abuelas y madres para combatir ciertas enfermedades o dolencias como los orzuelos con una llave, las ronqueras con vino hervido, las diarreas con infusiones o “agua guisada”  ̶ expresión usada por nosotros ̶  de hojas de guayabero o los propios guayabos maduros, las barbas de millo o el llantén para las infecciones de orina o las yemas de huevo con vino para la anemia.  A mí ya solo este último remedio me trae recuerdos de fatigas de estómago, a veces, algo más que fatigas.

Igualmente, al mundo de las creencias populares pertenecen algunas ideas y supersticiones arraigadas entre nosotros y que nos han llegado por transmisión oral. Por ejemplo, la recomendación de no abrir un paraguas dentro de las casas por la mala suerte, no orinar al pie del arco iris porque cambia el sexo de las personas, la adversidad para la pareja que se vaya a casar si el novio ve a la novia antes de la ceremonia o la rotura de un espejo que traerá desgracias durante siete años, entre otras convicciones. La mayoría de nosotros no sabría explicar el origen de estas creencias; muchas tienen su origen en la mentalidad de las generaciones que nos precedieron, otras están determinadas por los conceptos del bien y el mal o por la visión mágica, que se ha tenido, por ejemplo, de los espejos como puertas que se abren a otras dimensiones.

Recuerdo los veranos que pasábamos en Los Roques, veranos en los que los chicos y chicas del pueblo y los que venían de Santa Cruz, sin otro entretenimiento, no divertíamos jugando al escondite al caer la noche, y también nos pasábamos horas contando historias de miedo. Vinculada con esa temporada estival,  conocimos la leyenda del Cura Marino. Al parecer, este cura se aparecía a los que pertrechaban alguna mala acción, sobre todo a los jóvenes que nadaban hasta el Roque Fuera y quitaban la cruz que allí se encuentra. Una vez que los muchachos regresaban a la orilla y se acostaban, en sus ensueños se les aparecía este Cura Marino invitándolos insistentemente a que repusieran la cruz en su lugar. Nosotros, recreábamos la escena para infundirnos miedo a nosotros mismos y apostar a ver quién era el primero que se atrevía a irse a su casa solo. Estas y otras historias deben ser rescatadas y, tal vez, reescritas, para que sean conocidas por la juventud o sea por las jóvenes generaciones; por ejemplo, la historia de San Joaquín, la versión que yo conozco cuenta que las personas que encontraron a este santo, negociaron y lo cambiaron por un baifo. Tendríamos que investigar para poder hacer un corpus con todas ellas.

Sin duda, si en Fasnia podemos presumir de algo, es de la sabiduría que nuestro pueblo ha adquirido a lo largo de su historia. Como muestra, el conocimiento sobre la luna y sus efectos ha sido fundamental para la siembra,  las cosechas y, como sabemos, para todo lo relacionado con las nociones de crecer y menguar. Este conocimiento le viene dado al hombre por la experiencia directa, por la observación y por el contacto con la naturaleza, por los vínculos y relaciones entre sus elementos. Estamos pues ante la sabiduría del hombre de nuestros campos, sabiduría que no procede del saber que da la ciencia, porque el saber no implica que haya conocimiento sobre algo, es más, se pueden saber muchas cosas de algo y no conocerlo, porque solo de la experiencia se produce el conocimiento. En este sentido, el filósofo Juan Villoro en su libro Creer, saber, conocer, al hablar de estos conceptos y refiriéndose a la sabiduría dice: “La sabiduría de un pueblo no se recoge en las teorías científicas, forma parte de las creencias compartidas sobre el mundo, la vida, que integran una cultura. […] Las verdades de la sabiduría pueden comunicarse, aún sin palabras, mediante el ejemplo de una vida”.

Si de tradiciones hablamos, también recuerdo que en mi casa nos contaban cómo las niñas de la escuela realizaban los faroles para luego salir en procesión en la popular  Fiesta de los faroles.  Asimismo, me contaban que la procesión Magna, se conocía popularmente como la Procesión del zapato. Al parecer esta salía de la iglesia, subía por la Corujera hasta la Carretera General y desde allí hasta la iglesia. Su nombre popular parece que se debe a que los hombres que iban en la procesión, con la excusa de tener que atarse los cordones de los zapatos, se paraban para quedarse detrás, y así poder  tomarse unas copas en las casas de los amigos que se encontraban en el recorrido de la citada procesión.

Realmente, al volver la vista atrás me vienen imágenes de cuando veníamos caminando a las fiestas con las lonas, las famosas alpargatas, y al llegar a las proximidades de la plaza, las escondíamos en los huecos de las paredes y nos calzábamos los zapatos de tacón. También acuden a mí los recuerdos de la celebración de las bodas en el casino, y de cómo recorríamos las casas de las vecinas para pedirles prestado el ajuar doméstico para poder celebrar el banquete. Cada una de las piezas se identificaba escribiendo sobre un esparadrapo el nombre de la propietaria.

Ciertamente, uno de nuestros mayores tesoros y que, de manera especial, forma parte del patrimonio material e indisociable de la geografía de esta tierra son las cuevas excavadas en la tosca. Su importancia a lo largo de la historia es harto conocida y no me voy a referir a ella; lo que me gustaría destacar es el valor que hoy posee la cueva, y también el valor que ha sabido darle nuestra gente, demostrando el carácter hospitalario del fasniero. Así lo vivió, sintió y plasmó el escritor gomero Pedro García Cabrera en su romance dedicado a este pueblo. Como el mismo poeta comenta en el prólogo de si libro Vuelta a la isla, se trata de sus vivencias personales de cada lugar que él visitó “pisando su suelo, respirando sus días, conversando con las gentes”. Aunque es un poco largo, permítanme que les lea un fragmento de este romance que se titula Fasnia y dice así:

 

Fasnia

Para gozar una cueva

no hay lugar como Fasnia,

Fasnia de los ojos verdes

y de las tierras doradas.

Ladrar ya puede el verano

y sacar el sol la garra;

pero la cueva, en cuclillas,

con su mansedumbre a gatas,

su cogollo de lechuga

y su redondez de talla,

no te regatea nunca

su sombra samaritana.

Y cuando arrecia el invierno

y tiritan las montañas

igual que un huevo caliente

es para ti su morada.

No te da lo que le sobra

te da lo que te hace falta,

[…]

La cueva ve los viñedos

y a sus pechos de uva blanca

ofrece su intimidad

de bodega, su canasta

de penumbras, que en la tosca

trabajó el pico y la pala,

paleando la miel

del descanso en su garganta.

[…]

Y hasta puedes prescindir

del cuello y la corbata

si amas verdad y desnudez

y a fondo quieres tratarla,

que en una cueva está dicho

todo con pocas palabras

[…]

 

Efectivamente, vemos que nuestras cuevas son lugares para el encuentro y reencuentro, para la conversación amistosa, para los recuerdos y para la sencillez, para las historias; lugares para despojarnos de ropajes y mostrarnos en toda nuestra autenticidad y esencia de hombres y mujeres del Sur.

Todo esto y muchísimo más es lo que ha formado la cultura de nuestro pueblo, y para poder referirnos a todo lo que nos rodea, a todo lo que sentimos, a todo lo que hacemos… necesitamos usar las palabras, es decir, la lengua. Ella también da identidad a nuestro pueblo. Si bien el léxico que forma parte del español de Canarias, es semejante al del resto del territorio español, no es menos cierto que poseemos una manera propia para designar nuestra realidad y nuestra forma de interpretarla. Son las palabras y las expresiones que usamos las que reflejan nuestras tradiciones, nuestra forma de pensar, nuestra naturaleza, la climatología, etc. Por supuesto, el vocabulario que usamos en Fasnia es semejante al del resto de Canarias, pero tiene también elementos diferenciales.  Así, usamos canarismos relacionados con la agricultura como gocho, guataca, cañero, sachar, bardo, sacho, sorribar, etc. Nombres de árboles frutales como aguacatero, limonero que poseen el sufijo –ero característico de nuestra modalidad de español.  Léxico relacionado con el mar como: pandullo, chinchorro, burgado, aguaviva, fula, pejeverde, vieja, engodo, etc. Nombres que designan a la flora como balo, tajinaste, vinagrera, bejeque, tabaiba, etc. Del mismo modo, poseemos un rico repertorio de voces relacionas don estados de ánimo o características de las personas como bembudo, bagañete, bizcorniado, carcamán, enfolinarse, enfurruñado, engrifarse, enguiso, etc. Expresiones tan nuestras como: “Ven aquí que yo te acotejo”,” Qué ajeitadito es”, “Fulanita es muy amañada”, “Muchacha, déjate de traquinar” o “Fuerte traquina”, “Que los diablos te lleven”, etc.

También merece destacar la cantidad de apodos o nombretes con los que conocemos a personas, la mayoría de ellos están basados en nombres comunes que indican alguna profesión o cualquier otra característica que pueda describir a una persona y a veces se suelen aplicar a toda la familia e incluso heredarse. Creo que habría que recopilar esos apodos e identificar las características por las que les fueron aplicados a las personas. Y, no podemos olvidarnos de la cantidad y variedad de los topónimos con los que designamos los lugares de nuestra geografía, donde hay muchas claves de nuestro pasado, con nombres de origen prehispánico como Archifira, Chicato, Gambuesa, Herques o como el propio nombre de este municipio. Por lo tanto, se hace necesario recopilar todo este patrimonio léxico. Dos son las razones principales: por un lado, para ver si hay diferencias con respecto al resto de Canarias y; por otro lado, para conservarlo como parte de nuestro patrimonio identitario y poder transmitirlo a las generaciones venideras.

 

Evidentemente, todas estas referencias pertenecen al patrimonio sociocultural de nuestro pueblo y las recordamos gracias a personas que se han encargado de transmitirlas. Es responsabilidad de los que hoy vivimos y formamos la Fasnia del siglo XXI, seguir conservando estos bienes que nos han sido legados, porque muchos de ellos nos explican cómo somos, cómo hemos llegado a ser así, cómo nos relacionamos con el medio en el que vivimos y con otras personas. Como ya dijimos, el binomio patrimonio y personas no se puede disociar: Fasnia es lo que es hoy gracias a todos las fasnieras y a todas los fasnieros que han formado parte del municipio a lo largo de toda su historia.

Al mismo tiempo, cada uno de nosotros tiene en su recuerdo alguna historia relacionada con hechos o personas. Desde Las Eras a Los Roques, de la Cruz del Roque a Lomo la Tose, de la Sombrera a la Sabina Alta, desde El Llano Grande hasta en El Rincón, solo por citar algunos lugares, se ha construido la historia del pueblo, con hechos y personas que merecen que se les otorgue valor patrimonial. En cada uno de los rincones de nuestro municipio hay un luchador, una caladora, un carpintero,  una verseadora, una repostera, una santiguadora, un agricultor, un cabrero, un canalero, una costurera; en definitiva, una persona que ha hecho que Fasnia cuente hoy con un rico patrimonio cultural.

En realidad, la verdadera historia de un pueblo es aquella que hacen día a día los hombres y mujeres que trabajan intensa y silenciosamente, historias de vida que no salen en los periódicos ni en televisiones porque no realizan grandes proezas. Fue el gran escritor vasco, Miguel de Unamuno, quien acuñó el término intrahistoria para referirse a la verdadera historia, y eso lo escribió en su ensayo En torno al casticismo poética usando el mar como metáfora poética con estas palabras que leo: “Las olas de la historia, con su rumor y su espuma que reverbera a sol, ruedan sobre un mar continuo, hondo, inmensamente más hondo que la capa que ondula sobre un mar silencioso y a cuyo último fondo nunca llega el sol. Todo lo que cuentan a diario los periódicos, la historia toda del «presente momento histórico», no es sino la superficie del mar, una superficie que se hiela y cristaliza en los libros y registros, y una vez cristalizada así, una capa dura, no mayor con respecto a la vida intra-histórica que esta pobre corteza en que vivimos con relación al inmenso foco ardiente que lleva dentro. Los periódicos nada dicen de la vida silenciosa de los millones de hombres sin historia que a todas horas del día y en todos los países del globo se levantan a una orden del sol y van a sus campos a proseguir la oscura y silenciosa labor cotidiana y eterna […] esa vida intra-histórica,  –continúa el escritor–  silenciosa y continua como el fondo del mismo mar, es la sustancia del progreso, la verdadera tradición, la tradición eterna”. La historia pues sería la superficie del mar, y el fondo y las profundidades marinas, la intrahistoria.

En este sentido, el contacto con la naturaleza y el conocimiento que de ella tienen los hombres y mujeres de Fasnia, junto con sus historias y las historias transmitidas de unos a otros, forman la intrahistoria del pueblo de la que hablaba Unamuno. El propio escritor recomienda escaparse del asfalto y tomar contacto con la naturaleza con el fin dice él de “aprender a ser quién eres”. Yo creo, sinceramente, que estas ideas unamunianas podemos hacerlas nuestras y compartirlas para reconocer que no hay mejor lugar para encontrase con uno mismo que en el marco incomparable que ofrece nuestro pueblo, y así poder reivindicar nuestra intrahistoria como la auténtica y verdadera historia, y a las personas, como indiscutibles protagonistas de lo que fuimos, lo que somos y lo que seremos.

Y en este momento, si lo me permiten, compartiré con ustedes una de esas historias familiares que forman parte de nuestro pasado, de nuestra intrahistoria, en concreto de lo que conocemos como Memoria Histórica. Se trata de un fragmento de una carta de Juan Tejera del Pino, hermano de mi madre que participó en la guerra Civil española –como otros fasnieros– desde “el frente” escribía a sus padres, mis abuelos y a su hermana Mercedes, que es mi madre. En una de las cartas fechada el 14 de noviembre de 1937 en El Burgo de Ebro, Zaragoza en el llamado Frente de Aragón, decía así: “Querida hermana. Será para mí un placer  alegría que al recibo de estas dos letras te halles gosando (sic) de una completa y cabal salud en compañía de nuestra familia, que eso es lo que yo mas (sic) puedo desearte, yo por aquí y todos los muchachos quedamos buenos (sic) hasta la presente. A Dios gracias. […] Tambien (sic) veo lo que me dise (sic) como tiene buenos tomateros y vuenas (sic) papas este año, me alegro bastante. También me dices de los muchachos que han embarcado pero que se va a hacer, tener pasiencia (sic) hasta ver si Dios quiere que se termine esto luego, y volvemos a regresar todos a nuestras casas victoriosamente. De esto por aquí te diré que siempre lloviendo y haciendo frío y ya ha caído mucha nieve, hasi (sic) que cada dia (sic) es mayor el frío, pero nosotros no lo sentimos porque con el entusiasmo que tenemos de terminar la guerra se nos quita el frío. Querida hermana, tu (sic) me dice (sic) que te acuerdas mucho de mí […] pero me parece que más que yo no te acuerdas, así que no hay sino que rogarle a Dios y a nuestra Sra. la virgen del Pilar para que nos dé salud y suerte y que termine luego esta guerra, a ver si nosotros volvemos a regresar a nuestras casas que esos son todos nuestros deseos […]”. Juan Tejera murió, dicen que por propio fuego amigo, en Teruel el 20 de enero de 1938 habiendo quedado su cuerpo y el de otros soldados en paradero desconocido. Aquí tenemos un ejemplo, como tantos otros que seguro han venido a su memoria escuchando este, de nuestra intrahistoria. Como bien expresa el filósofo Manuel Fernández Espinosa: “Los intrahistóricos van a la guerra a regañadientes, a las guerras que los históricos crean y declaran”.

Quiero añadir que en nuestros días más que nunca, se hace imprescindible explorar y encontrar nuevas vías en las que los más pequeños, los jóvenes y los mayores compartan espacios y vivencias de manera, que se produzca un intercambio intergeneracional constante para que el patrimonio que da identidad a nuestro pueblo se conozca y se conserve. Iniciativas que nazcan en el seno de la comunidad y que, desde la diversidad y pluralidad de la misma, todos y cada uno podamos sentirnos reconocidos en un diálogo participativo que garantice que nuestras voces individuales puedan ser escuchadas para formar una voz comunitaria. Este diálogo continuo permitirá preservar las tradiciones, pero también avanzar en las nuevas necesidades emanadas de las nuevas realidades, conjugando tradición e innovación. Nada mejor para eso que la Asociación de Mayores que acaba de celebrar su veinticinco aniversario –motivo por el cual deseo felicitar a todos los que  han hecho posible este largo recorrido–, ellos son nuestros principales valores y referentes. Por tanto, contemos con ellos y abramos vías que partiendo de lo nuestro, de lo local, tengan una mirada universal.

Hoy los niños y los jóvenes tienen más y mejores recursos que nosotros. Nuestras generaciones no poseíamos el sentido de globalidad y desconocíamos la mayoría de nuestras señas de identidad. Recuerdo que en los libros de geografía se hablaba de fuentes, manantiales, arroyos, ríos, afluentes, rías… de la Península, pero no se mencionaban los barrancos, ni los acantilados, ni los volcanes, ni nuestra flora… Muchos empezamos nuestro viaje literario de la mano de lecturas de las colecciones de Bruguera con novelas de Corín Tellado, Donald Curtis o las del Oeste de M. L. Estefanía, novelas gráficas, alguna colección sobre Tarzán; otras de terror, novelas que, por cierto, nos apasionaban. Hoy Fasnia, entre otros recursos, dispone de casas de juventud, bibliotecas, telecentros, ludotecas, Patronato de música, estos son espacios abiertos ideales para la en las que encontrarse y conectarse. A estos recursos sería interesante dotarlos de ideas y de proyectos comunes en los que se trabajen los valores identitarios.

Es en este contexto donde los más de seiscientos jóvenes menores de treinta años del municipio, deben tener un papel activo. Para ello hay que facilitarles el desarrollo de sus talentos, sean cuales fueran en los que destacan, como condición necesaria para que actúen en un mundo cambiante en el que ya no vale solo vale saber, sino que también hay que saber hacer y saber ser para integrarse y formar parte del terrero del mundo y prepararse para afrontar cualquier brega. Así, creo que las jóvenes generaciones de este sureño municipio, pueden sumarse a proyectos nacionales e internacionales en los que se trabaje por conservar, proteger y fomentar el patrimonio cultural y natural, según los objetivos planteados por la UNESCO. Es necesario abordar planteamientos en los que se garantice que la herencia cultural no se pierda, porque esa pérdida conllevaría perder nuestras raíces, es decir, nuestra identidad. Además, posibilitar que los jóvenes conozcan culturas de otros pueblos, porque eso permite crear vínculos con personas, conocer su cultura, respetarla y valorarla y, fundamentalmente, es un medio de mejorar la convivencia entre pueblos y naciones. Creo firmemente que con estas acciones desde lo local hacia lo global, podemos cumplir con nuestra responsabilidad como ciudadanos del mundo  al sentir como propio el patrimonio mundial, fomentando la cultura de paz y no violencia y construir una ciudadanía democrática. Para ello, desde las primeras edades y con la participación de las familias, se deben promover acciones en pro del conocimiento de los valores culturales que hemos heredado y formar ciudadanos activos y responsables, desde un planteamiento, como ya hemos mencionado, que fomente lo colectivo frente al individualismo.

Si las generaciones de fasnieros y fasnieras vamos dejando nuestra huella en los lugares donde desempeñamos nuestras respectivas responsabilidades, es gracias a cada uno de nuestros padres y madres que invirtieron trabajo, esfuerzo, sacrificio y una gran dosis de ilusión para que estuviésemos más y mejor formados, con oportunidades que la mayoría de ellos no tuvo. A todas esas familias, desde esta oportunidad que hoy tengo, me gustaría darles las gracias, de corazón, porque sin ellos no lo hubiésemos conseguido.

Pero el patrimonio de un pueblo no podrá conservarse sino a través de la educación. No solo me refiero a la educación que se imparte en los centros educativos, sino a la educación que entre todos seamos capaces de transmitir, la educación como tarea que corresponde a toda la sociedad, de lo que hagamos y cómo lo hagamos en entidades, asociaciones e  instituciones emanará una toma de conciencia sobre los valores culturales que identifican a un pueblo. 

Todo esto ya lo ha expresado de forma magistral nuestro alcalde en el pregón de las Fiestas de este año. Con su permiso, tomo prestadas sus palabras porque creo que resumen perfectamente lo que he deseado compartir con ustedes esta noche. Dicen así: “Fasnia  mejora cada día, afirma su identidad, respeta su pasado y mira positivamente al futuro, trabajando en común, en un proyecto de pueblo en el que todos somos protagonistas”.

Muchas gracias y felices fiestas.

 

 

María Teresa Acosta Tejera

Fasnia, 14 de agosto de 2015

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